21 Enero 2010
Los amigos verdaderos no serán vencidos por la distancia, ni por rencores; tampoco por diferencias políticas, ni religiosas, ni de ninguna índole. La amistad es incondicional, y se da sin esperar nada a cambio.
Encontrar un amigo tiene algo de azar, y mucho de decisión personal. Por eso el dicho afirma que la familia no se escoge, pero los amigos sí. A veces escogemos bien, a veces no. Y otras somos nosotros quienes defraudamos a quienes nos dieron su amistad. Todo esto forma parte del ciclo de la vida.
La complicidad que la amistad genera hace de la plática un momento de especial compenetración. A una amiga confiamos las flaquezas, los sueños, la incertidumbre de la duda y hasta temores de los que no nos atreveríamos a hablar ni siquiera con nuestra pareja.
Convertirse en amiga de alguien toma su tiempo. Antes se han de compartir algunas tribulaciones, y también algunas alegrías. La amistad se gesta y redefine con el paso del tiempo. No es estática. Se alimenta de la interacción, de acuerdos y desacuerdos, de experiencias comunes.
Es muy triste tener que despedir a una amiga justo cuando su amistad nos es revelada. Una se siente traicionada por las contingencias de la vida, y es casi inevitable lamentar esa parte del futuro que no compartiremos.
No se encuentra a una persona con la que tengamos una empatía tan especial todos los días. Y cuando sucede, es como un regalo que valoramos mucho y tratamos de cuidar.
Pero algunos viajes son inevitables, como este que ella emprenderá hoy. Pongo mi fe y mis buenos deseos de que le vaya bien. De que la acompañen la entereza y la paciencia que necesitará para enfrentar los días por venir. Y desde esta orilla me mantendré al tanto.
Después de todo, la verdadera amistad no se acaba en un adiós, ni en cien mil adioses. Y el mar puede cruzarse, y las letras pueden salvarnos de la mudez.
¡Hasta el reencuentro, amiga!